Preocupa la mentalidad que se impone en nuestra sociedad desde las crisis del sistema financiero que afecta no solo lo económico, sino que también lo político, social, cultural, religioso entre otras dimensiones en que se mueve el ser humano y la familia.

La realidad se nos impone, vivimos un modelo económico que ha privatizado durante años los beneficios adquiridos, en la promesa de que un día alcanzaría el nivel que permitiría el derroche de esos beneficios para todos/as, gozaríamos del bienestar que el sistema prometía; sin embargo, hoy estamos paradójicamente, ante la realidad que el sistema comienza a compartir las pérdidas y los fraudes que el modelo ha favorecido y permitido. Así, mientras los ciudadanos experimentamos los vaivenes de los fracasos del sistema económico, viendo disminuidos nuestros ingresos de jubilación, nuestros ahorros y la dificultad de acceder a una buena atención médica, o un buen nivel de educación, etc. En medio de esta crisis, los sistemas financieros siguen obteniendo ganancias inexplicables ¿cómo entender lo que acontece? ¿Cómo cambiar el rumbo?

La solución, al parecer, pasa por transformar a nivel macro el sistema y sus instituciones, y a nivel micro, transformar las organizaciones y las personas (incluidos nosotros mismos).  Es bueno recordar, que no hay transformación sin deseo de cambio. Es lo que nos recuerda el tiempo de cuaresma, nos invita despertar, a escuchar la voz de Dios y alimentar el deseo de cambio, de favorecer un mundo más humano, por ello necesitamos potenciar un sistema más ético, más social, más solidario y cósmico, donde todos/as somos importantes.

Cuaresma, nos permite entrar en esta dinámica de la vida que, es un proceso de transformación continua, que nos vuelve constantemente hacia lo esencial en medio de los desafíos que diariamente nos plantea el entorno. Cambiar, entrar en proceso de transformación hoy y siempre, en cada instante, es una invitación a tener visión, a soñar y diseñar desde los pequeños detalles los sueños que apuestan  por la vida, la participación, el dialogo, la gestión de las emociones y de las relaciones de equidad, es apostar por los excluidos, los abandonados, por aquellos que en el sistema no cuentan, no existen.

Amigos/as que este tiempo de cuaresma, nos permita hacer los tiempos de silencio y reflexión necesarios respecto de la realidad que nosotros/as y nuestros pueblos están viviendo y que a la luz del ejemplo de Jesucristo,  encontremos los caminos que necesitamos andar para cuidar de cada uno/a y del cosmos en que vivimos. Que en medio del caos de la muerte encontremos la luz de la esperanza y la fuerza renovadora de la Resurrección.

 

Manuel Sepúlveda no sólo ascendió lleno de energías a la superficie, sino que antes de subir, también se dio el tiempo y encontró la imaginación para agradecer a sus rescatistas con lo más propio de esos 70 días: unas piedras del fondo de la mina. Llegó, se agachó, sacó el material de una bolsa y lo repartió a las autoridades, como si de Navidad se tratase.

 

 

Dentro de todas las emociones de estos días, esas piedrecitas están hoy en un lugar muy secundario, pero no debieran pasar inadvertidas y, con el transcurso del tiempo, podrían encontrar un lugar de privilegio no sólo en el museo respectivo, sino en el recuerdo nacional.

 

Primero, porque Sepúlveda demostró que hasta en las circunstancias más adversas, se puede pensar en los demás. Sabía que para los que lo esperaban afuera, un abrazo, unas palabras, unas miradas, durarían sólo un tiempo breve, mientras que un objeto perduraría. El hombre, campechano y distendido por carácter y trayectoria, fue capaz de meditar en serio con qué objeto duradero podía dejar indeleble su gratitud. Quizás alguno de los que mira ahora esa piedrecita recuerde también los trozos del Muro de Berlín y el efecto que causan en sus poseedores.

Compartimos con ustedes la predica del Provincial de los Jesuitas, en la Misa realizada por CONFERRE en solidaridad con la situaciòn Mapuche.

 

"Queridos Hermanas y Hermanos,

Con ocasión del bicentenario de la independencia de nuestro país nuestros obispos pidieron que bajo ciertas condiciones se diera un indulto a hermanos y hermanas que viven privados de su libertad. La reacción que tuvimos como sociedad ante esta petición explicitó que la compasión y solidaridad que experimentamos en torno al terremoto no alcanza para aquellos hermanos nuestros que privados de su libertad viven hacinados, en condiciones poco dignas y denigrantes en distintas cárceles.

 

Un par de semanas atrás nos conmovimos al descubrir, contra toda esperanza, que los mineros atrapados bajo tierra en la mina San José estaban con vida. Celebramos confiamos en que situaciones como esta nos comprometerán a revisar las condiciones laborales en que trabajan muchos de nuestros hermanos."

 

 

 

 

"...Necesitamos levantar el ánimo, recuperar las confianzas y trabajar unidos como pueblo. Además de reconstruir edificaciones y caminos, debemos purificar el alma que se fisura por el miedo, la violencia y el descontrol. Es tiempo de tender los puentes más seguros: aquellos que nos permiten reconocernos y abrazarnos como hermanos.

 

Los dolorosos e incomprensibles episodios de saqueo, pillaje y especulación nos han puesto en un espejo que nos cuestiona en lo más profundo de nuestra formación y valores. Pero, al mismo tiempo, por estos días muchas personas se han preguntado: “¿Cómo estás?”, y se han preocupado por otros. Las pérdidas materiales, relevantes en otro contexto, parecen hoy un aspecto secundario cuando todo un país se duele junto a familias que sufren, que todo lo han perdido y que necesitan por parte nuestra una luz de esperanza.

 

 

 

“Durante estos días los medios de comunicación están transmitiendo testimonios de sabiduría humana entre gente sencilla que espontáneamente, después de haberlo perdido todo, afirman: “Lo material se recupera con esfuerzo”; “Gracias a Dios, estoy vivo”; “Esto nos iguala a todos, nos une en humanidad”; llamadas a resistir, levantarse, comenzar de nuevo. Afirmaciones espontáneas que contienen una fuerte dosis del sentido profundo de nuestra vida humana, y que estamos invitados a interiorizarlo por medio de la oración. Y nos vendría bien meditar y orar cada una de esas expresiones. En contacto directo con el sufrimiento a flor de piel, una vez más podemos experimentar que la gente sencilla, desde la experiencia del dolor, está evangelizando. Hagamos un esfuerzo por ir despertando siempre más nuestra sensibilidad para poder captar ese mensaje de la Palabra de Dios que nos llega a través de palabras, actitudes y comportamientos de personas que están sufriendo.