“Paradójicamente es entre los que han conocido más íntimamente el poder de la muerte que encontramos la fe más recia en el poder de la vida y, por consiguiente, en el poder de Dios que es fuente de vida”. (Roberto Goizueta)
Vengo de Barcelona, Cataluña. Entré en la Compañía de Jesús en el año 2000 con un profundo deseo de servir a los pobres. Este impulso inicial se ha ido ajustando y purificando, pasando de un simple servicio a algo más profundo y más recíproco, que consiste en caminar con personas que están en los márgenes de la historia y de la sociedad. He tenido el privilegio de estar con el Servicio Jesuita a Refugiados (SJR) por algunos años. Primero en Liberia, más tarde en Nogales (la frontera entre USA y México), más recientemente en el campo de Kakuma (Kenia) y ahora en Maban (Sudán del Sur).
En el compartir con los refugiados me doy cuenta que lo que realmente agota sus energías es la memoria de la brutalidad de lo vivido, la pérdida de sus seres queridos y, sobre todo, la incertidumbre de cara al futuro, sin saber cuándo terminará su largo exilio. Añoran sus tierras y esa añoranza es una herida abierta en sus corazones. Y como dijo un día un compañero jesuita, estar con el JRS significa tocar con la mano el fracaso de la humanidad en su más radical expresión.
Pero tanto en Liberia, como en Nogales, en Kakuma y en Maban he sido testigo de que las vidas de las personas desplazadas a la fuerza no están solamente agarradas por el dolor, la violencia, el sufrimiento y la desdicha, sino que están también punteadas de gozo, de celebraciones, de sanación, de transformación y de belleza. Con los refugiados he experimentado una y otra vez la capacidad humana y misteriosa de celebrar la vida en medio de la muerte.
Hace poco he meditado sobre esta preciosa oración atribuida al P. Pedro Arrupe, el fundador del JRS:
“Nada es más práctico
que encontrar a Dios;
que amarlo de un modo absoluto,
y hasta el final.
Aquello de lo que estés enamorado,
y arrebate tu imaginación,
lo afectará todo.
Determinará
lo que te haga levantar por la mañana
y lo que hagas con tus atardeceres;
cómo pases los fines de semana,
lo que leas
y a quién conozcas;
lo que te rompa el corazón
y lo que te llene de asombro
con alegría y agradecimiento.
Enamórate, permanece enamorado,
y eso lo decidirá todo.”
Entonces, se me vinieron al pensamiento estas palabras:
Sí, realmente he encontrado a Dios en las personas desplazadas, me he enamorado realmente, de una manera absoluta y definitiva. Mi imaginación está llena de rostros -alegres y tristes- de personas desplazadas a la fuerza. Me levanto por la mañana por los desplazados, por las noches preparo las cosas para poder ser un mejor compañero para con ellos el día siguiente.
Durante los fines de semana celebro la misa con ellos, leo sobre ellos, conozco a muchos por su nombre, mi corazón se parte cuando veo a mujeres y a niños que huyen de su casa. Me maravillo del gozo y la esperanza que comparten conmigo.
Sí, pienso que estoy locamente enamorado y lo estaré siempre de un Dios, un Dios desplazado. Esto lo ha decidido todo en mi vida.
Gracias al SJR que ha hecho posible, que me ha permitido caminar con los desplazados a la fuerza y descubrir a un Dios con y en ellos.
Escrito por Pau Vidal en Cristianisme i Justícia · en África, Migraciones y refugio , 10 mayo 2017