Al iniciar este compartir quiero agradecer a cada una de Uds. por acompañarme con sus oraciones y todas las palabras de estar conmigo que me han dirigido.

 

En realidad yo quiero compartir con Uds. no sólo la experiencia de Semana Santa sino también lo que  viví cuando viajé a Pocillas en los primeros días post terremoto. Me imagino que se preguntarán por qué yo no lo compartí enseguida pero me quise dar un tiempo que consideré necesario para ir madurando mi propia experiencia.

 

Luego del susto que todas vivimos  con lo fuerte del movimiento de la madrugada  del 27 de Febrero para mí el mayor susto comenzó cuando me enteré que el epicentro había sido Cobquecura un lugar distante 50 kilómetros de Pocillas, un pueblo rural con una población de alrededor de 100 familias, lugar de donde soy originaria y donde vive mi madre con dos de mis hermanas. Al no poder comunicarse y  tener noticias, sabiendo las dificultades que ellas tienen para movilizarse, era mayor mi angustia y al ir enterándome de la magnitud de la catástrofe en los lugares cercanos crecía mi preocupación.

 

 

En conversaciones con mis hermanos, compartiendo la angustia, uno de ellos decidió viajar, y sin saber si podría llegar salio muy temprano el domingo 28, pero todo contacto se terminaba a la altura de Talca que es aproximadamente la mitad del camino y las noticias no eran muy alentadoras. Recién en la tarde de este día supimos que mamá estaba bien y que la casa estaba destruida por la llamada de un vecino que fue a otro lugar para llamar a todos los familiares de la gente del lugar para dar tranquilidad.

 

Con esta noticia conversé con otros de mis hermanos y decidí viajar con ellos. Viajamos el día martes, 30.02. Temprano en la mañana porque no sabíamos cuantas horas llevaría el viaje que en tiempo normal se hace en 7 horas, pero en esta ocasión nos tomó 10 horas porque la carretera está muy dañada con puentes quebrados y muchos tramos con levantamiento del pavimento y, a medida que nos íbamos acercando, veíamos más y más destrucción. Muchos lugares que para nosotros eran o habían sido muy familiares y significativos ya no existían, estaban en el suelo. ¡Era una visión muy impactante! Nos producía mucha pena y en un momento nos paramos y lloramos porque ya no fue posible contener más nuestras lagrimas se nos apretaban en la garganta. Para mi la impresión fue muy fuerte: lugares en los que yo había estado en mis vacaciones la semana anterior ya no estaban, personas con las cuales yo había estado ya no existían porque habían fallecido en el tsunami. Nosotros sentíamos que  todo lo que nos  rodeaba eran signos de muerte. Fue muy impactante llegar a Cauquenes, la cuidad mas cercana, todo era escombros y tierra; la gente nos miraba y con quienes hablábamos era contarnos que sus casas estaban en el suelo, que estaban viviendo en la calle o en el estadio donde se hizo un gran albergue. Nos decían también que en Pocillas no había muerto nadie, pero que todo estaba en el suelo. En mi habían sentimientos de mucha pena al ver todo y también se despertaba una rabia que me daba energía para seguir y animar a mi gente, por otro lado podíamos ver la gran solidaridad que iba despertándose en la gente en ayudarse, dar aviso en los lugares donde la carretera estaba mala o también en donde se podía encontrar señal de teléfono y en general todos se ayudaban.

 

Cuando finalmente llegamos a casa de mamá, vimos todo destruido, a ellas durmiendo en el lugar que había sido el granero por años, la casa con las murallas destruidas y las cosas estaban a la intemperie. Era todo muy desolador: la casa donde me había criado y había vivido gran parte de mi vida ya no estaba, al igual que el pueblo. Pero era esperanzador compartir con la gente y ver ese gran deseo de volver a levantarse y a trabajar juntos para lograrlo.

 

Yo, al llegar, enseguida me puse a visitar a la gente del pueblo porque en casa estaban mis hermanos/as ayudando y yo me podía dar el tiempo de visitar las casas donde sabia que había enfermos, ancianos y niños. Luego, al otro día, en la mañana me dirigí al reten de carabineros y con ellos fuimos haciendo un catastro del sector y así descubrimos las necesidades mayores. Al recorrer todo el sector vimos que la mayor necesidad era de viviendas porque todo tipo de casa estaba inhabitable tanto las de adobe como las de ladrillos. ”No respetó nada”, decía la gente.

 

Una de las cosas que más me impresionó fue la solidaridad en los primeros días, y el compartir de los enseres. La gente nos decían, si le falta algo de comida a alguien yo tengo, díganme yo les doy. Todos estaban muy preocupados por los otros. Luego cuando empezó llegar ayuda, con el catastro hecho, fue mucho más fácil repartir la ayuda porque se priorizó a los niños, enfermos y ancianos. Las primeras cajas se “multiplicaban” para poder dar a más familias.

 

También me pidieron que abriera la iglesia del pueblo que estaba en muy malas condiciones, pero para la gente era importante abrirla. Cuando la abrí con la ayuda de un joven del lugar, me impresionó ver que el techo  estaba caído y se había llevado la puerta del tabernáculo pero el copón quedó en la puerta sin caerse y las imágenes no se rompieron. Sólo la imagen de la virgen estaba en el suelo y cuando la saqué la gente venia en procesión a tocarla y rezar porque, según ellos, la Virgen salvó al pueblo que no hubiese fallecido nadie y que con su ayuda ellos podrían volver a reconstruir el pueblo. Estuvimos rezando juntos, luego salí y di la comunión  a las personas y tuve el Santísimo en mi carpa. Por esos días le lleve la comunión a los enfermos y la repartí a la gente que venia a comulgar. De la capilla que estaba en el suelo quedó sólo el campanario que sirvió al pueblo para dar aviso de cuando llegaba la ayuda o se necesitaba reunirse para organizar algo. Esto era la señal entre las personas del lugar. En general viví una semana muy intensa de muchas emociones y trabajo, levanté tejas,  ayudé a sacar escombros, conversé con la gente, lloré con ellos me reí junto a ellos, atendí enfermos, etc. A mi casa llegaba sólo a comer y en la noche, luego que se oscurecía, nos poníamos a compartir las experiencias. Yo siento que esto nos hizo muy bien a nosotros como familia especialmente a mis hermanas que viven con mamá para ir socializando los miedos como también a los vecinos que llegaban a la casa. Luego dormíamos en las carpas, sufriendo el susto de las réplicas que allá eran muy seguidas y fuertes cada día, especialmente en las noches.  Lo que no se había caído con el terremoto, estaba más destruido al día siguiente.

 

Yal regresar me vine un poco mas tranquila por haber estado con ellos en estos momentos, pero a la vez con el sentimiento que hay tanto por hacer y al parecer no se avanza  aunque el cansancio te dice algo diferente.

 

Ahora para la Semana Santa, respondiendo a un llamado de la Conferre, para ir a compartir con nuestros hermanos me comprometí.  Luego de un mes fui de nuevo a la zona de catástrofe, aunque no a mi pueblo, pero a un pueblo vecino que se llama Sauzal. Aquí viven alredor de 100 familias y está también en las mismas condiciones de destrucción. Veía a la gente que está cansada tanto del trabajo físico, de la tierra, como también  de las promesas sin cumplir especialmente con lo que se refiere a casa porque aún no han llegado las mediaguas y sienten el frió y temen que comiencen las lluvias y están en carpas o en improvisadas carpas con nylon entre los árboles. Por otro lado las gripes ya se dejan sentir y las personas tienen miedo. Nos decían que el invierno se llevará más vidas que el terremoto, si siguen viviendo en esas condiciones. Porque ellos dicen: “comida tenemos porque nos han ayudado suficiente como también con ropa, pero el problema es la casa, un lugar seguro, seco y abrigado no hay”. Con esto se fue una de las seguridades básicas de las personas, la casa. El vivir tanto tiempo sin solución, veo como a las personas les está afectando seriamente en sus estados anímicos.    

 

Me tocó compartir esta experiencia con la Hermana María Cenayda de la Congregación Josefinas Trinitarias y la Hermana Mariela de las Carmelitas de Vedruna. También estaba con nosotras el Padre Hernán Vargas, de la Congregación de los Pasionista,  quien presidió las celebraciones de este Triduo Pascual. Los días de Jueves Santo y Viernes Santo fue mas fácil orar con la gente porque ellos compartían mucho sus experiencias, sus dolores, miedos, preocupaciones, pero celebrar la Vigilia Pascual o el Domingo de Resurrección era muy paradójico porque al mirar a nuestro alrededor veíamos todos signos de muerte estábamos celebrando al frontis de la parroquia que estaba en el suelo, y los escombros amontonados. etc. Nosotros estábamos alojados en estos días en  un internado que está todo agrietado y no se puede usar con alumnos, pero el Señor nos cuidó y permitió que tuviéramos un lugar para descansar. 

 

Los demás que me acompañaban me decían, Eva todas las imágenes que muestran en la TV son poco, es mucho más devastador que lo que creíamos. Conversamos para organizar nuestro tiempo viendo la posibilidad de hacer alguna misión en el verano en el lugar, porque para la gente fue muy importante que nosotros fuéramos de distintas congregaciones y pudiésemos trabajar juntos. Fue un signo de hacerlos sentir que habíamos muchos que estamos muy unidos con ellos y que nos interesa compartir este dolor, llevándoles una palabra de aliento cuando es necesario o simplemente escuchar cuando lo necesitan, pero sobre todo llevándoles la esperanza que nos regala la fe. Aquí vale decir que la Iglesia viva son todos ellos que siguen firmes porque a pesar de estar sin casa, uno de sus mayores dolores son ver que sus capillas y parroquias están destruidas, las cuales quieren reconstruir porque son muy importantes para ellos.

 

También tuvimos la oportunidad después de la vigilia pascual de compartir algunos bocadillos con los hermanos evangélicos, y esto fue muy significativo para la gente del lugar la cual al principio estaba muy esquiva a la idea.  Favoreció el hecho que la sede comunitaria era el único lugar donde se podía realizar el ágape y estaba programado a la misma hora. Decíamos que Dios hace las cosas y que tal vez era necesario que se unieran para celebrar al gozo de sentir al Señor resucitado en medio del dolor que todos estaban viviendo como una señal de unidad.  

 

Me ha quedado dando vueltas lo que compartíamos con uno de los sacerdotes que atiende este sector que abarca 2 parroquias con sus respectivas capillas rurales y todas están muy distantes. El nos decía: “Por favor, vengan nuevamente a ayudarnos porque ya nosotros estamos colapsados.” Hay que tomar en cuenta que ellos también han sido damnificados y el ver tanta destrucción y ver que todas las parroquias y capillas del decanato han sido dañadas, él nos compartía la preocupación de no saber cómo arreglarse en el invierno para atender los servicios religiosos.