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De nacionalidad alemana, es el segundo de once hermanos. Nace el 5 de noviembre de 1837, en Goch, antigua y pe­queña ciudad de la Baja Renania, ubicada a pocos kilóme­tros de la frontera con Holan­da.

 

Crece en el seno de una fa­milia campesina que, además de la propiedad rural, tenía un negocio de carruajes de alqui­ler. Su padre Gerardo Janssen marcará su vida. Su hijo al des­cubrirlo dirá: "mi padre era un hombre llano y sencillo, un preocupado jefe de familia y un buen cristiano. Inculcó ri­gurosamente a la familia, la recepción de los sacramentos y, sobre todo, el cumplimiento de todas las obligaciones cris­tianas".

Realiza sus estudios prima­rios en la escuela de su locali­dad. Luego continúa en la enseñanza secundaria y poste­riormente, ingresa a la Univer­sidad. Se recibe de profesor de matemática, física y ciencias naturales y posteriormente realiza sus estudios de teolo­gía. Así, el 15 de agosto de 1861, se ordena sacerdote en el día de la

 fiesta de la Asun­ción de María. Tiene 24 años.

 

El hombre:

Lo que más resalta a pri­mera vista del P. Amoldo es la gran obra fundada por él, con la gracia de Dios: Dos Congre­gaciones Misioneras y una Contemplativa. El queda en la oscuridad, detrás de todo esto. Pero si nos acercamos un poco a él podremos descubrir su perfil humano y espiritual. A simple vista el P. Amoldo se veía un hombre poco comu­nicativo, poco brillante en su actuar social, un poco duro, exigente, rígido y autoritario. Si lo miramos más de cerca po­dremos descubrir en él, al hombre sencillo, humilde, pia­doso, de una confianza inque­brantable en Dios, activo, per­severante, paciente e incon­movible en sus decisiones cuando veía en ello la volun­tad de Dios. Era muy adherido a la Iglesia y a su causa, con un respeto y amor profundo hacia ella. 

 

Lo central de su vida de fe, fue la vivencia del misterio ín­timo de Dios, la "Santísima Trinidad", con una devoción especial al Espíritu Santo, al cual señala como el "beso de amor" que une al Padre y al Hijo.

Su mayor deseo para sus hi­jos espirituales, era que se an­claran en ese centro que es "DIOS UNO Y TRINO", para captar y al mismo tiempo tras­mitir la Buena Noticia del Evangelio y llevarlo a todo el mundo, haciendo suyo el de­seo de Dios Padre que quiere que todos los hombres se sal­ven y lleguen al conocimiento de la verdad.