YO, PECADOR

Señor, cuando me encierro en mí, no existe nada:
ni tu cielo y tus montes,  tus vientos y tus mares;
ni tu sol, ni la lluvia de estrellas.


Ni existen los demás ni existes Tú, ni existo yo.
A fuerza de pensarme, me destruyo.
Y una oscura soledad me envuelve,
y no veo nada y no oigo nada.

Cúrame, Señor, cúrame por dentro,
como a los ciegos, mudos y leprosos,
que te presentaban.
Yo me presento.

Cúrame el corazón, de donde sale,
lo que otros padecen
y donde llevo mudo y reprimido             
el amor tuyo, que les debo.
Despiértame, Señor, de este coma profundo,
que es amarme por encima de todo

Que yo vuelva a ver, a verte, a verles,
a ver tus cosas, a ver tu vida,  a ver tus hijos...
Y que empiece a hablar,  como los niños  -balbuceando-,
las dos palabras más redondas de la vida: 
¡PADRE NUESTRO!

(Ignacio Iglesias, sj)