Ven, Espíritu de Dios,
con tu mirada de fuego
o la frescura de tu aliento suave.
Ven en el viento o en la brisa,
tráenos el más puro perfume,
el precioso aroma de tu presencia.


Ven, Espíritu de Dios,
vestida de libertad,
de la mano de la justicia,
acompañando a la vida,
a recrear la fe de los que esperan,
de los que sueñan, de los que luchan.


Ven, Espíritu de Dios,
regálanos tu cálida compañía,
para que la soledad y el miedo
no nos angustien,
y para que las noches
no sean tan largas.


Ven, y condúcenos a la verdad que nace
del encuentro, del diálogo,
del respeto, de la tolerancia,
del perdón dado y recibido,
de un mismo compromiso
con la vida plena de Jesús.


Ven, Espíritu de Dios,
y sopla, nunca dejes de soplar,
renovándolo todo a tu paso,
marcando rumbos,
señalando horizontes,
anunciando nuevos tiempos,
siempre mirando adelante,
con la fuerza de tu eterna memoria.


Ven, Espíritu de Dios,
enséñanos a hablar las lenguas
que nos acerquen a los que necesitan,
a los que buscan, a los que sufren.
Y danos gestos solidarios
que confirmen los dichos de nuestra boca.


Ven y quédate con nosotros,
cada día, por siempre,
hasta que hagamos de esta tierra
el cielo que Dios quiere,
hasta que los ancianos anuncien
que se acabaron las lágrimas
y los pobres nos digan
que el pan ya es cotidiano
y los niños nos cuenten
que murió la muerte
y todos bailemos
con la música del Reino.
 

Ven, Espíritu de Dios,
con tu alma de mujer *,
con tu cariño de madre,
con tu pasión de esposa,
ruah, pneuma, paloma,
caricia de paz.


Ven, Espíritu de Dios,
y dinos que el Padre nos ama
y que quieres vivir en nosotros.
Ven, Espíritu de Dios,
tráenos el más puro perfume,
el precioso aroma de tu presencia.
 

Autor: Gerardo Obermann