Con esta imagen, he querido sintetizar la experiencia de un año que me y nos ha sorprendido.
Un minúsculo virus, imperceptible a nuestra mirada nos ha ido paralizando poco a poco y ha ido cambiando -en algunos casos-, nuestro modo de accionar. Un año en que todos, sin excepción, hemos experimentado nuestra fragilidad y vulnerabilidad como la capacidad de mirar hacia dentro y hacia nuestro entorno, reconocer nuestra humanidad y la importancia de cuidarnos para cuidar. Hemos reconocido y valorado servicios y trabajos que no estaban en nuestras perspectivas, y al estar más en casa, nos hemos visto desafiados a recrear nuestras relaciones y vínculos.
Un año que, al pausarnos nos ha permitido reconocer cuán distraídos estábamos caminando; cuán indolentes estábamos llegando a ser con los más excluidos y con las posibilidades del planeta; y cuánto nos gusta hacer bellas declaraciones que luego difícilmente concretamos.
Si, un año, que nos ha invitado a lavarnos frecuentemente las manos, a cubrir nuestra boca y nariz; a limpiar nuestros calzados antes de entrar y a mantener la distancia social. Sentir la limitación de expresarnos con todos nuestros sentidos - en cierto modo -, nos ha llevado a bucear nuevas posibilidades en nuestro ser y quehacer; a ejercitar la mirada y el oído para captar donde El está colocando su morada en lo cotidiano.
Un año que, manteniéndonos hacia dentro, me ha despertado a nuevas conexiones, a nuevos espacios y posibilidades. En la incertidumbre se va renovando mi fe en el Dios de la historia, en el Dios cuya Gloria es que el hombre y la mujer vivan, en este Dios niño que despierta mi mirada tierna y cuidadosa hacia cuanto me rodea. Este Dios que me permite comprender el valor de mi dignidad y de la dignidad de cada persona. Que despierta mi anhelo de justicia, de verdad, de paz y amor y que, al mismo tiempo, cuando contemplo la vida y el acontecer de nuestras relaciones me lleva a descubrir la y mi complicidad con situaciones contrarias a lo que anhelo. En ese dolor de sentir la impotencia, quiero confiarme a su camino que busca donarse sin ejercer la violencia sobre otros, que simple ama dando su vida.
Si, celebramos Navidad… la certeza de que Dios abraza nuestra historia, de que está en medio nuestro y nos acompaña con su Espíritu para que sigamos siendo protagonista del mundo que soñamos. La vida es una constante travesía que conlleva la decisión de atravesarla, es decir, de asumirla en la gratitud de haberla recibido para compartirla con todos/as con los que peregrinamos en este momento histórico.
Te deseo, una mirada amorosa y tierna hacia el niño recién nacido y con Él y desde Él hacia el momento histórico que vivimos. Una Navidad que despierte tu anhelo de vida plena!