
CINCUENTA AÑOS DE LLAMADO Y SEGUIMIENTO
Haciendo memoria de mi largo recorrido de vida religiosa misionera, podría considerar brevemente los siguientes aspectos.
En el seno de una familia cristiana, alegre y muy unida, y en relación estrecha con las MSSPS desde la infancia, surge una inclinación marcada hacia la vocación religiosa. Con el tiempo y ya más consciente del llamado del Señor, se va aclarando la vocación misionera en el sentido de ir a anunciar el Evangelio a los que no conocen a Cristo.
Fue así como hace 50 años este llamado especial del Señor se concretizó por la consagración total, a través de los Votos Religiosos, a la vida y misión de la congregación de las Siervas del Espíritu Santo, cuyo carisma especial es precisamente llevar el anuncio de Jesucristo más allá de las fronteras del mundo cristiano.
En preparación a esta hermosa tarea vinieron los estudios de teología en la lejana ciudad de Roma y luego de regreso a la patria, la complementación en catequética, pastoral rural y pastoral latinoamericana, en los años que se daba todo el impulso del Vaticano II por una renovación litúrgica y pastoral a fondo.
El anhelo de ir a países de misión en el sentido de nuestro carisma no se pudo llevar a cabo en ese entonces ya que el episcopado chileno, y en especial el Cardenal Raúl Silva Henríquez, hicieron un fuerte llamado a las religiosas a salir de sus instituciones además de sus habituales tareas, para ir a las poblaciones, campos, y en general a lugares marginados proclamando la gran Misión General.
Surgieron así, las llamadas comunidades religiosas insertas, una de las cuales iniciamos en La Ligua en la década del 70.
Me correspondió participar intensamente en la nueva forma de la catequesis familiar promovida y guiada por nuestro querido Padre Obispo, Don Enrique Alvear y con el compromiso fiel y constante de catequistas, en su mayoría madres de familia que con mucha disponibilidad participaron en los cursos de formación para dedicarse luego con admirable entrega a la tarea de la catequesis renovada que incluía ir a las poblaciones y a los campos con espíritu misionero.Todo esto reforzado por retiros anuales y por misiones intensivas de verano.
De a poco el campo de misión en nuestra diócesis se fue extendiendo y abarcó la parroquia de Longotoma. Dimos un nuevo paso como comunidad religiosa, y esta vez nos fuimos a vivir en medio de familias campesinas. Desde allí continuamos la evangelización, poniendo también el énfasis en la vocación de los laicos al apostolado, a semejanza de La Ligua, dejando así, a través de la formación que impartimos, catequistas y misioneros conscientes de tener que compartir la fe con sus hermanas y hermanos.